En un mundo en el que lo virtual (Internet y las redes sociales…) ocupa cada vez más espacio en nuestra realidad, Mamoru Hosoda ha vuelto a hacerlo.
Tras dirigir filmes tan memorables como La chica que saltaba a través del tiempo (2006), El niño y la bestia (2015) o Mirai, mi hermana pequeña (2018), el cineasta japonés vuelve a plasmar un conmovedor relato sobre el carácter y las relaciones humanas, al recrear una versión ultramoderna del clásico La Bella y la Bestia.
La película, que ya es candidata a los Oscar en la categoría de mejor animación, llega por estas fechas a los cines fuera de Japón y –como todo lo que toca la mano mágica de Hosoda, junto a su socio Yuichiro Saito– está impregnada de una frescura brillante.
Sin ir más lejos, su estreno en el pasado Festival de Cannes recibió una ovación en pie de la crítica durante 14 minutos.
No en vano, lo bueno de esta adaptación libresca es el desparpajo con el que Hosoda toma el cuento de hadas para moldearlo a su antojo y narrar una historia simple y profunda, pero que resulta de lo más contemporánea.
Su trama discurre entre dos mundos: el de la vida real y el metaverso llamado U, un escenario de ensueño tan colorido que parece brotado de la paleta del Studio Ghibli, pero en el cual millones de personas se reúnen a diario para pasar el tiempo o escapar del dolor y la pérdida.
En ese universo onírico-digital, es donde Suzu, una adolescente tímida e insegura, encuentra el espacio para liberarse de las ataduras que lastran su existencia en la vida real.
Al crear el avatar de Belle, se convierte en una suerte de diva capaz de tocar los sentimientos de de almas con su canto. (Sí, la música juega un papel fundamental en esta historia).
Allí también aparece el personaje de “la Bestia”, que conserva hasta el final el halo de misterio que le confiere su aire hosco y melancólico, aunque en ningún caso es el apuesto príncipe que nos pintaba el cuento original. Sus cicatrices emocionales en esta versión son más profundas y acaso llevan la frase «no juzgues un libro por su portada» a otro nivel.
Viendo cómo el filme nos reafirma que la vida ya no se desarrolla solo en el espacio físico, tal vez nos reconforte saber que nuestras acciones en línea también pueden ayudarnos a ser mejores seres humanos y a superar nuestros problemas, como bien refleja su moraleja final.
Quizás sea cierto que a veces el hilo conductor de La Bella y la Bestia puede parecer cosido a ese argumento con alfileres. Pero el corazón sincero del anime de Hosoda nunca flaquea.
Su conmovedora ternura y suntuoso arte están tan firmemente en el lugar correcto que dotan a Belle de una belleza impagable.
Sobre todo, cuando ambos mundos convergen en una escena de extraordinaria catarsis: la canción A Million Miles Away, interpretada no por Belle, sino por Suzu (en la voz de Kaho Nakamura), es uno de los momentos más hermosos que posiblemente verán… en cualquier mundo.
PL
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