Mientras el propio presidente ucraniano adopta una actitud prudente, las fuerzas armadas de ‎Ucrania siguen concentrando tropas en la región de Donbass, al borde del área de Donetsk y Lugansk, donde viven poblaciones rusas. Según informaciones provenientes de la misión de ‎vigilancia especial de la OSCE en Ucrania, informaciones que nuestros medios de difusión ‎‎mainstream prefieren no mencionar –están demasiado ocupados hablando sólo del despliegue ‎ruso–, allí hay unidades del ejército y de la Guardia Nacional ucranianas, unos 150 000 soldados, ‎armados, entrenados y de hecho dirigidos por consejeros militares e instructores de ‎Estados Unidos y la OTAN. ‎

Entre 1991 y 2014, según el Servicio de Investigación del Congreso estadounidense, ‎Estados Unidos aportó a Ucrania una asistencia militar ascendente a 4 000 millones de ‎dólares, suma a la que tenemos que agregar más de 2 000 millones a partir de 2014 y más de ‎‎1 000 millones provenientes del Fondo Fiduciario de la OTAN, en el que también participa Italia. ‎Pero eso es sólo una parte de los gastos militares que las principales potencias de la OTAN han ‎hecho en Ucrania. ‎

El Reino Unido, por ejemplo, concluyó con Kiev una serie de acuerdos militares, dedicando ‎‎1 700 millones de libras esterlinas a reforzar las capacidades navales de Ucrania. Ese programa ‎incluye armar la marina de guerra ucraniana con misiles británicos, la construcción conjunta de ‎‎8 unidades rápidas lanzamisiles y la instalación de bases navales en el Mar Negro y en el Mar ‎de Azov, entre Ucrania y Rusia. El gasto militar de Ucrania, que en 2014 equivalía al 3% de ‎su PIB, se eleva así al 6% en 2022, lo cual representa más de 11 000 millones de dólares. ‎

A las inversiones militares del bloque Estados Unidos-OTAN en Ucrania hay que sumar también ‎‎10 000 millones de dólares previstos para el plan que está realizando Erik Prince, el fundador de ‎la compañía militar privada Blackwater –hoy rebautizada como Academi– que proporciona ‎mercenarios a la CIA, el Pentágono y el Departamento de Estado para su uso en operaciones ‎secretas –que incluyen torturas y asesinatos–, con ganancias ascendentes a miles de millones de dólares. ‎

El plan de Erick Prince, revelado en julio pasado por la revista Time [1], consiste en crear un ejército privado en Ucrania mediante una asociación entre la ‎compañía británica Lancaster 6 –a través de la cual Prince ya ha enviado mercenarios a África y ‎al Medio Oriente– y el principal buró ucraniano de inteligencia, controlado por la CIA. En todo ‎caso es previsible que, desde la base así creada en Ucrania, Prince dirigiría operaciones secretas ‎en Europa, en Rusia y en otras regiones. ‎

En ese contexto, el ministro ruso de Defensa, Serguei Choigu, denunció que en la región de ‎Donetsk hay «compañías militares privadas estadounidenses que preparan una provocación con ‎uso de sustancias químicas desconocidas». Esa podría ser la chispa que haga estallar una guerra ‎en medio de Europa: un ataque químico contra civiles ucranianos en la región de Donbass, ‎ataque que sería rápidamente atribuido a los pobladores rusos de Donetsk y de Lugansk, quienes ‎a su vez serían atacados entonces por el gran volumen de fuerzas ucranianas ya desplegadas en ‎esa región, maniobra que obligaría a Rusia a intervenir militarmente en defensa de las ‎poblaciones rusas. ‎

En primera línea, listo para comenzar a masacrar rusos en Donbass, está el batallón Azov, ahora ‎convertido en regimiento de fuerzas especiales, entrenado y armado por Estados Unidos y ‎la OTAN. Hay que recordar que el batallón Azov ya se distinguió por su ferocidad en los ataques ‎contra las poblaciones rusas de Ucrania. ‎

El batallón ucraniano Azov, que recluta neonazis de toda Europa bajo una bandera inspirada en la insignia de la división SS Das Reich (ver imagen) está bajo las órdenes de su fundador Andrey ‎Biletsky [2], ahora convertido en coronel. ‎

El batallón Azov no es una unidad militar sino un movimiento ideológico y político con Biletsky ‎en el papel de jefe carismático, sobre todo a los ojos de una organización juvenil cuyos miembros ‎han sido educados en el odio a los rusos mediante la lectura del libro del propio Biletsky, cuyo título es muy revelador: Las palabras del Fuhrer blanco. ‎

Fuente
Il Manifesto (Italia)