Estados Unidos podría reorganizar todo el Medio Oriente reconciliando a sunnitas y chiitas, a Arabia Saudita con Irán. Washington impondría entonces otro tema de disensión que consistiría en estar a favor o en contra del islam político, lo cual le permitiría reactivar el yihadismo de manera mucho más amplia.
Desde la llegada del presidente Joe Biden al poder, Estados Unidos ha estado tratando de iniciar negociaciones con Irán para restaurar el acuerdo secreto que Washington y Teherán habían firmado en tiempos de la administración Obama, al margen de las negociaciones sobre el programa iraní de investigación nuclear.
Debemos recordar que las negociaciones 5+1 (o sea los 5 miembros del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania) con Irán se iniciaron en Viena en 2013 y que los participantes alcanzaron rápidamente un acuerdo de principio, momento en que hubo una interrupción. Estados Unidos e Irán procedieron entonces a realizar conversaciones por separado, antes de volver a la mesa de negociación y finalmente firmar, en julio de 2015, el acuerdo previamente alcanzado entre los 7 participantes.
En Occidente se considera que aquel acuerdo puso fin a las investigaciones nucleares iraníes con fines militares. Pero la realidad es que varios de los firmantes nunca creyeron que la República Islámica de Irán estuviese realizando aún ese tipo de investigaciones, que ya habían sido prohibidas –desde la guerra entre Irak e Irán– por el imam Khomeini, mediante una fatwa en la que proclamaba que el arma atómica viola los principios del islam.
A pesar de las constantes acusaciones de Israel y de los documentos que el espionaje israelí afirma haber “obtenido” en Teherán, nada demuestra actualmente que Irán haya continuado aquel programa nuclear militar después de la fatwa del imam Khomeini. Como máximo, habría estado tratando de fabricar un generador de ondas de choque [1]. Lo cierto es que Teherán desmanteló su programa nuclear militar en 1988 y nunca volvió a retomarlo.
A la luz de todo lo anterior, resulta evidente que el objetivo de los 2 años de negociaciones en Viena no era disipar una “amenaza nuclear iraní” –totalmente inexistente– sino servir de marco a una negociación bilateral secreta entre Washington y Teherán.
Esa negociación bilateral secreta entre Washington y Teherán estuvo encabezada por 3 negociadores hoy convertidos en pilares de la administración Biden:
– William Burns, hoy director de la CIA;
– Wendy Sherman, hoy subsecretaria de Estado;
– y Jake Sullivan, el ahora consejero de Seguridad Nacional del presidente Biden.
Como en el periodo 2013-2015, las nuevas negociaciones tendientes a restaurar el acuerdo 5+1 sirven para camuflar otros arreglos, ahora entre Arabia Saudita e Irán, que en estos días acaban de alcanzar un acuerdo de principio.
La creencia generalizada, pero errónea, es que siempre existió una oposición entre los musulmanes sunnitas y los musulmanes chiitas. Esa creencia se basa en la existencia pasada de un conflicto real sobre la sucesión política del profeta Mahoma, el fundador del islam, quien era al mismo tiempo el soberano de La Meca y de Medina, las dos ciudades más importantes del islam. Sin embargo, el conflicto religioso y político actual no siempre existió.
En la época moderna, las relaciones entre Riad y Teherán han sido fluctuantes. Arabia Saudita apoyó a Irak durante la guerra de Saddam Hussein contra Irán (1980-1988). Pero Irán, al igual que Arabia Saudita, apoyó a Kuwait cuando Saddam Hussein invadió ese Estado (1990-1991). Y, posteriormente, tanto Arabia Saudita como Irán enviaron hombres a luchar en Bosnia-Herzegovina (1992-1995), en contra de Yugoslavia y bajo las órdenes de la OTAN.
Muy pocos saben que la República Islámica envió Guardianes de la Revolución a luchar junto a los musulmanes bosnios. En Líbano, la resistencia chiita creyó estar en el deber de seguir el ejemplo de Irán y el Hezbollah también envió combatientes a luchar en un conflicto que no tenía absolutamente nada que ver con su razón de ser. Arabia Saudita, en aquella época protectora de la Hermandad Musulmana, había enviado la Legión Árabe, encabezada por un tal Osama ben Laden, para apoyar al presidente bosnio Aliya Izetbegovic.
Osama ben Laden se convirtió entonces en consejero militar de Izetbegovic, quien tenía como consejero político al estadounidense Richard Perle y como consejero mediático al “filósofo” francés Bernard-Henri Levy. Hoy en día, la reunión de estos 3 personajes en un mismo equipo puede parecer extraña, pero era perfectamente natural. Estados Unidos había reunido todas sus fuerzas para acabar con Yugoslavia.
La rivalidad entre la Arabia Saudita sunnita y el Irán chiita se desarrolló rápidamente, a principios de los años 2000, alrededor del conflicto en Yemen, donde Irán apoyó a los zaidistas (o zaidíes) –reagrupados en el partido huti. Los zaidistas son chiitas, pero de un tipo muy particular ya que su práctica está muy marcada por la cultura india.
Durante largos años, Arabia Saudita regentó las dos repúblicas yemenitas (Yemen del Norte y Yemen del Sur) gracias a un rejuego de alianzas tribales. Mientras Estados Unidos negociaba el acuerdo nuclear y su protocolo secreto bilateral EEUU-Irán (en 2013-2015), Israel también se dedicaba a negociar en secreto, pero con Arabia Saudita. Israel y Arabia Saudita se pusieron así de acuerdo para explotar juntos el petróleo de Yemen y de la región de Ogaden –en el Cuerno de África [2]. Fue en virtud de ese acuerdo con Israel que Arabia Saudita entró en guerra contra Yemen, con el respaldo oficial de Emiratos Árabes Unidos y con el apoyo –no oficial– de Israel, que utilizó en Yemen sus bombas nucleares tácticas.
En este momento (2021-2022) Estados Unidos e Irán están negociando un nuevo acuerdo 5+1, mientras que Israel y Arabia Saudita se dirigen hacia una oficialización de sus relaciones diplomáticas. Al mismo tiempo, Irán y Arabia Saudita están conversando a través de los jefes de sus servicios de inteligencia y de algunos diplomáticos. Su objetivo es restaurar aquella alianza que los llevó a luchar juntos en Bosnia-Herzegovina a principios de los años 1990. Y parece que están a punto de lograrlo, lo cual desbloquearía las otras dos negociaciones.
Irán ya anunció la reapertura de su oficina ante la Organización para la Cooperación Islámica (OCI, antes denominada Organización de la Conferencia Islámica), con sede en Yedda, Arabia Saudita [3]. Ambos países podrían así sellar su alianza alrededor del islam político, sobre todo teniendo en cuenta que la Organización para la Cooperación Islámica es la única organización religiosa del mundo que tiene carácter intergubernamental. Esto es especialmente importante y merecer que lo subrayemos: ninguna otra religión ha dado lugar a la creación de una organización intergubernamental. Esta es una característica específica del islam, cuyo fundador, Mahoma, era simultáneamente líder espiritual y jefe político y militar.
Si la alianza entre Arabia Saudita e Irán llega a concretarse, entrará en conflicto no con los laicos en general sino con los laicos musulmanes, quienes separan la religión mahometana de la política: en primer lugar, Emiratos Árabes Unidos, Siria y Egipto.
Simultáneamente, esa alianza se acercaría a los otros partidarios del islam político, que son Qatar y Turquía.
Todo lo anterior modificaría radicalmente la situación en el escenario del Medio Oriente.
Ya es palpable, en este momento, la inquietud de ciertos actores. Por ejemplo, en Líbano, el secretario general del Hezbollah, Hassan Nasrallah, multiplica sus declaraciones contra los crímenes que Arabia Saudita ha cometido en Yemen pero evita las alusiones a su aliado emiratí. Es que Hassan Nasrallah defiende como fuente de su compromiso político una visión laica del islam, como prueba de ello la red de resistencia construida por el Hezbollah –que es una organización política– incluye numerosos combatientes de otras religiones, lo cual sería imposible si el Hezbollah se basara en el islam político.
Otro elemento a tener en cuenta tiene que ver con el ataque con drones que los hutis yamenitas realizaron recientemente contra instalaciones petroleras de Emiratos Árabes Unidos. Durante 4 horas, los drones de los hutis recorrieron 1 200 kilómetros bajo la atenta vigilancia de los radares y satélites de Francia y de Estados Unidos. El ataque contra Emiratos Árabes Unidos se concretó, Washington y París condenaron la acción de los hutis, pero no hicieron nada para avisar a las autoridades emiratíes a pesar de que tuvieron todo el tiempo del mundo para hacerlo.
Es evidente que ese silencio de los occidentales fue una advertencia para el gobierno emiratí, un aviso para que renuncie a su política de tolerancia confesional y se una al islam político. Los emiratíes no albergan ilusiones en cuanto a sus “aliados” anglosajones, que siempre han manipulado los conflictos religiosos para imponer su dominación a otros pueblos, pero se quedaron estupefactos al ver a los franceses haciendo lo mismo. En 1995, Emiratos Árabes Unidos recurrió al entonces presidente francés Jacques Chirac en busca del apoyo de una potencia laica para garantizar su seguridad en la región.
Después del ataque con drones de los hutis, el gobierno emiratí realizó un raid aéreo de represalia contra Yemen. Pero los hutis amenazan ahora con atacar el rascacielos Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo (más 800 metros de altura), en Dubái, y diferentes objetivos económicos en Abu Dabi.
Estados Unidos va a cambiar de posición con respecto a Yemen. Por el momento, Washington habla de una solución política del conflicto. Al inicio del mandato presidencial de Biden, Washington sacó a los hutis de su lista particular de terroristas, argumentando que eso ayudaría las ONGs a distribuir ayuda humanitaria en Yemen. Ahora, acaba de permitir que los hutis bombardearan los Emiratos Árabes Unidos con sus drones. Mañana, Washington dividirá Yemen entre wahabitas (Arabia Saudita) y zaidistas (los hutis).
Esta reorganización del Medio Oriente por parte de Occidente contradice frontalmente la visión tradicional rusa, basada en la identidad cultural de los Estados y no sólo en la religión. Por ahora, Moscú mantiene una actitud ambigua ante Teherán. Por un lado, incluye a Irán en su dispositivo de defensa pero, al mismo tiempo, lo deja solo ante Israel. El presidente ruso Vladimir Putin acaba de recibir en Moscú al presidente iraní Ebrahim Raissi. Previendo el levantamiento del embargo estadounidense, Putin firmó con Raissi importantes acuerdos de asistencia técnica para la explotación de los hidrocarburos iraníes. Ambos celebraron la victoria común en Siria e Irán participa en las maniobras navales ruso-chinas “Cinturón de Seguridad Marítima 2022”, en el Océano Índico.
Pero al mismo tiempo, el dispositivo ruso de defensa antiaérea en Siria no interviene cuando Israel ataca objetivos iraníes en suelo sirio. En realidad, en caso de confrontación entre Estados Unidos y Rusia, Irán podría sumarse al bando ruso-chino. También podría convertirse en el eslabón que todavía falta a las “rutas de la seda” entre la India y Rusia. Eso le permitiría integrarse al sistema bancario de esos países (o sea, no tener que depender del sistema occidental SWIFT para sus transacciones bancarias y utilizar su equivalente oriental, el SPFS), gracias a lo cual volvería a ser una potencia comercial. Mientras tanto, Teherán juega a mantenerse disponible para ambos bandos.
Hace meses que Estados Unidos y Rusia llegaron a cierto entendimiento sobre cómo debería ser el Medio Oriente. Se trataba entonces de definir zonas de influencia. Así acabamos de enterarnos de que el gas, supuestamente egipcio, que debería a comenzar a llegar próximamente a Líbano en realidad vendrá de Israel [4]. Pero todos los actores implicados han escondido esa información porque Israel sigue estando técnicamente en guerra con Líbano y con Siria. Además, el gasoducto árabe que sería utilizado pasa por Jordania y Siria. Al igual que Rusia, Estados Unidos estimuló ese arreglo. Pero las leyes estadounidenses prohíben actualmente toda forma de comercio con Siria.
La alianza entre Arabia Saudita e Irán permitiría a Estados Unidos y al Reino Unido mantener el sistema yihadista –por el momento exclusivamente sunnita– y extenderlo [5]. Veríamos entonces a los fanáticos de todas las denominaciones uniéndose contra los laicos, una división que los británicos manejaron como imperio colonial y que ya ha mostrado su eficacia.
por Thierry Meyssan
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