El gobierno ruso perdió la batalla de los pasaportes de vacunas pero no abandona la lucha por desmantelar la sanidad y demás servicios públicos. Por el contrario, la tensión resurge. Los colegios se cierran porque un niño tiene mocos y tres días de fiebre, a pesar de que sus compañeros no están enfermos. La dirección recurre entonces a los ordenadores y a eso que llaman “educación a distancia”.
San Petersburgo ha cerrado el zoo, los teatros, el cine y los museos a los niños, pero el golpe llego a finales de enero, cuando prohibió atender a los niños en los hospitales durante un mes, algo que ya existía para los adultos.
Hay dos excepciones: las emergencias y los diagnósticados de “covid”. Lo demás no interesa, aunque siempre hay una solución: conseguir que el niño sea positivo al “covid” y seguir inflando las cifras de la pandemia.
Varias regiones rusas han seguido a San Petersburgo decidido no hospitalizar a los niños ni darles acceso a una consulta médica, fuera de las emergencias y el “covid”. Entre ellas está Moscú, que también ha anunciado la suspensión de las hospitalizaciones de niños durante tres semanas y han pedido a los padres que pospongan las citas con el médico durante ese tiempo (*).
En Rusia los padres se resisten a vacunar a los niños por la fuerza y hay que hacerles pagar el precio de alguna manera.
El pretexto es ingenioso: lo hacen por el bien de los niños, para que no corran el riesgo de contagiarse. También recurren al argumento del colapso del sistema sanitario, que no se subsana con más inveresines en sanidad sino con menos enfermos.
Limitar el acceso a la asistencia sanitaria durante una pandemia es algo sobre lo que merece la pena reflexionar a fondo.
(*) https://yandex.ru/news/story/VMoskve_prekratili_planovuyu_gospitalizaciyu_detej_iz-zaCOVID-19–54f5196a57ea629e044cc8cc484d6f42
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